El 2025 cierra con cifras que parecen de otro país. Las agroexportaciones peruanas han alcanzado un techo histórico de 15 mil millones de dólares, consolidando a productos como la uva, el arándano y la palta como líderes mundiales. Sin embargo, detrás de este «milagro» de barcos llenos de fruta, existe una realidad que la política tradicional se niega a resolver. El 51% de la tierra agrícola de nuestro país es cultivada por familias que viven bajo la línea de la pobreza extrema.
Está muy bien que los gremios celebren el crecimiento y los récords de exportación, es un logro para el país; pero el verdadero éxito llegará cuando todos los peruanos podamos celebrar por igual. Ese crecimiento será real para las familias del campo solo cuando el Estado y los políticos dejen de ser los enemigos del pueblo, liberando al pequeño productor de las trabas y el olvido que hoy le impiden prosperar con su propio esfuerzo.
La verdadera tragedia no es la falta de dinero en el sector, sino la falta de propiedad y libertad. El nuevo Plan Nacional de Agricultura Familiar (PLANAF) 2025-2027 revela datos que indignan: solo el 19% de los pequeños productores tiene un título de propiedad. Sin un papel que diga que esa tierra es suya, el agricultor es un paria en su propio suelo. No puede pedir un crédito, no puede invertir en tecnología y es presa fácil de los traficantes de tierras o del abandono estatal.
Solo el 4% de ellos tiene acceso a financiamiento y apenas el 5.7% usa semillas certificadas. Es un sistema diseñado para que el pequeño agricultor sea solo un proveedor de subsistencia, mientras la burocracia del MIDAGRI se pierde en planes trianuales que no llegan al surco.
El sueño del 2026 no es que el Estado siga regalando bonos o asistencialismo barato, es que el pequeño agricultor sea tratado como el empresario que realmente es.
Necesitamos un quiebre de ciclo donde la titulación masiva sea la prioridad número uno. Un campesino con título de propiedad es un ciudadano libre que puede asociarse, negociar mejores precios y dejar de depender del populismo de izquierda que los ha mantenido pobres para usarlos como bandera política.
El éxito de los 15 mil millones de dólares debe ser el motor para integrar a los 2.1 millones de productores familiares a la modernidad. No queremos más autoridades que miren de espaldas al campo o que vean en la agricultura una fuente de votos. El Perú del 2026 necesita un agro donde el derecho de propiedad sea sagrado y donde la tecnología (riego, semillas, logística) llegue a quien realmente trabaja la tierra.
Solo así, con manos limpias y una visión de libertad económica para el campo, haremos que la riqueza del Perú llegue finalmente a la mesa de quienes la siembran.

