En el Perú, parece que los expresidentes nunca se retiran. Y es que cuando “El Lagarto” Vizcarra, aparece involucrado en un misterioso negocio inmobiliario, lo que aflora no es sorpresa, sino la confirmación de que la corrupción no se jubila, se recicla. Lo grave no es solo la sospecha de enriquecimiento indebido, sino la normalidad con la que estos nombres siguen rondando la política y los negocios como si nada hubiera pasado.
En este caso, la empresa de la esposa del corrupto expresidente ha puesto a la venta 190 lotes en una pampa casi desértica de Moquegua. Así, Vizcarra “trabaja” para ella y publicita los predios, que pueden llegar a costar hasta 300,000 soles cada uno.
Y mientras se mueve con soltura en este lucrativo negocio, el Jurado Electoral Especial de Lima insta a la Compañía Peruana de Estudios, Mercados y Opinión (CPI) a no incluirlo en encuestas por estar inhabilitado políticamente. Así, la fotografía es clara. Un personaje expulsado de la política que sigue activo en la sombra, con negocios millonarios y el respaldo de un sistema que le permite seguir jugando su partida.
Y el verdadero problema es que mientras el ciudadano común vive fiscalizado hasta por una multa de tránsito, los corruptos que manejan el país se mueven en la impunidad, con abogados, contactos y blindajes que les aseguran seguir en la jugada.
El cambio de ciclo no es un eslogan, es una necesidad urgente para sacar del tablero a toda esta vieja guardia que convirtió la política en su negocio personal. Porque hasta que no limpiemos la casa y cerremos las puertas a estos corruptos, el Perú seguirá condenado a elegir entre lo malo y lo peor. Y eso ya no lo podemos permitir.