Regalo del cielo

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Hoy los peruanos recuperamos un poquito del orgullo perdido. Pero no fue por un gran logro nacional. Tampoco por algún gesto digno de la clase política. Menos aún por el sistema judicial, que sigue lejos de la justicia. 

Ese pequeño rayo de orgullo vino, increíblemente, desde el Vaticano. El nuevo Papa no solo vivió en el Perú. En su primer mensaje al mundo, dejó claro que lleva al Perú en el corazón.

¿Debemos sentirnos orgullosos? Sí. Pero no basta.

Este gesto del Papa es un recordatorio, no una excusa. El orgullo nacional no se construye desde Roma. Se construye aquí, cuando hay justicia real, cuando el poder sirve al pueblo, cuando los empresarios miran más allá del Excel, y cuando los políticos entienden que el Perú no es su propiedad. Hoy el Papa nos abrazó. Pero mañana, el Perú debe mirarse al espejo.

Porque el orgullo perdido no fue culpa del Vaticano.

Fue culpa de los que gobernaron para unos pocos. De los que nos hicieron sentir invisibles. De los que vendieron el país a cambio de aplausos en salones diplomáticos. Fue culpa de la mafia caviar que capturó el Estado. Del abandono a los niños, de la corrupción disfrazada de técnica, del silencio cómplice de muchos que pudieron hablar.

Que este Papa con corazón peruano nos sirva de señal.

Una señal de que todavía hay esperanza. Pero también un recordatorio de que el verdadero cambio no viene de afuera. Viene cuando decidimos dejar atrás la vergüenza. Y cuando, de una vez por todas, nos atrevemos a recuperar lo que sí nos pertenece: un país digno de ser amado, y no solo recordado.