El Perú entra al 2026 con una verdad que nadie puede ignorar. La gente ya no confía en el sistema, ni en los candidatos, ni en los organismos que deberían garantizar elecciones limpias. Y las cifras lo comprueban.
Según una reciente encuesta nacional elaborada por Datum Internacional, el 71% de los peruanos desconfía de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) y el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec). Y lo más chocante es que un 73% todavía no sabe por quién votar.
Este hartazgo es la consecuencia directa de décadas de políticos con prontuario, de una mafia caviar que usó los cargos como un negocio familiar y de elecciones llenas de candidatos reciclados que prometen una cosa y terminan robando, mintiendo o huyendo de la Fiscalía.
Mientras el país se divide, mientras el 76% siente que no tenemos líderes honestos y capaces, la mayoría mira la cédula electoral con desconfianza. Porque los mismos nombres de siempre vuelven a postular, algunos con sentencias, otros con investigaciones y varios con vínculos a mafias políticas que ya destruyeron el país completo.
El Perú está cansado de que le mientan. Cansado de que le digan “cambio” quienes llevan más de veinte años viviendo de la política. Estamos cansados de elegir entre el mal menor y el mal conocido. Por eso esta elección es distinta. Y la gente lo sabe.
Si el 73% todavía no decide su voto es porque no quieren más de lo mismo. No quieren otro corrupto improvisado, otro falso salvador que llega al poder para hundir al país un poco más.
El cambio de ciclo político que necesita el Perú es la necesidad urgente de elegir a alguien sin prontuario, sin mafias detrás, sin negocios escondidos ni padrinos judiciales. Un outsider capaz de limpiar la casa, reformar la justicia, recuperar la seguridad, ordenar la minería informal, rescatar la educación y la salud. Y hacerlo con un equipo honesto.
Los peruanos ya no buscan un caudillo, buscan credibilidad. Buscan a alguien que les devuelva la confianza en el voto, en el Estado y en el futuro. Porque si en el 2026 volvemos a elegir a los mismos, no será culpa del sistema, será culpa nuestra por no atrevernos a cambiar de ciclo cuando el país más lo necesita.