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El juicio contra el “Lagarto” Vizcarra está entrando a su recta final. La Fiscalía ya puso las cartas sobre la mesa, y lo acusa de recibir más de S/2 millones en sobornos solo en el juicio de las obras en Moquegua, por lo que piden nada menos que 15 años de prisión. Además, de que enfrenta más demandas penales, por corrupción y también por ser el causante del fallecimiento de más de 200 mil peruanos durante la pandemia del COVID.

Está también en la mira por el escándalo de contratos irregulares al cantante Richard Swing en el Ministerio de Cultura y por el sonado «Vacunagate», donde él y su esposa accedieron a vacunas fuera de turno. Aparte de los procesos penales, Vizcarra ya arrastra una inhabilitación por 25 años para ejercer cualquier cargo público, confirmando un patrón sistemático de corrupción y abuso de poder durante su gestión.

Esta es la radiografía del cáncer político que carcome al Perú y que confirma algo. La corrupción en las obras públicas se ha vuelto una costumbre donde los pagos son en efectivo, sin rastros bancarios, como si fuera un “secreto a voces” entre contratistas y políticos.

El “Lagarto”, el mismo que se presentaba como el «incorruptible» que luchaba contra el Congreso, se sienta ahora en el banquillo con una camionada de pruebas en su contra. Se le acusa de dar información privilegiada a empresas a cambio de su tajada, disfrazando el favoritismo con la participación de la ONU (UNOPS) para darle una «fachada» de transparencia.

Y aquí viene el punto más peligroso para el futuro del Perú. Justo cuando el juicio de Martín Vizcarra llega a su clímax por coimas millonarias y por la muerte de cientos de miles de peruanos durante la pandemia, nos quieren vender la idea de que su hermanito “La Lagartija” Mario Vizcarra, es la solución.

¡Un Lagarto es igual de malo que el otro! Pretender que el Perú olvide todos estos escándalos y darle la oportunidad de volver a la misma familia política, es una burla al ciudadano. Si los peruanos seguimos eligiendo a clanes que demuestran un patrón de corrupción política y la misma soberbia, el ciclo no terminará jamás.

El Perú tiene que romper el patrón de elegir a la corrupción con corbata, sea cual sea el apellido. La sentencia no solo es para Vizcarra, es un aviso para toda la clase política.