Arequipa vuelve a estremecerse con una escena que ya parece cotidiana, porque ya no se salvan ni los adultos mayores. Un trabajador fue asaltado a plena luz del día recibiendo disparos por parte de los delincuentes. Le robaron y le dejaron una herida más profunda que la física: la de vivir en un país donde no hay seguridad, ni para trabajar ni para envejecer.
Este hecho refleja dos tragedias al mismo tiempo. La primera: la absoluta falta de seguridad en nuestras ciudades. Los criminales actúan sin miedo, sabiendo que no hay consecuencias. Y la segunda: ¿por qué un adulto mayor sigue trabajando a los 71 años?
La respuesta es clara. No hay una red de seguridad social que proteja a nuestros mayores. No hay pensiones dignas, ni programas efectivos que los amparen. El sistema ha fallado, y quienes han trabajado toda su vida hoy deben seguir exponiéndose, sin resguardo ni respaldo.
Arequipa no puede seguir naturalizando la violencia. No podemos aceptar que la única opción para sobrevivir en la vejez sea salir a ganarse la vida a costa del riesgo. Y mientras tanto, ¿qué hace el Estado? No protege, no repara, ni previene.
Ya basta. Necesitamos calles seguras, pero también un sistema que valore y cuide a nuestros adultos mayores. Porque el abandono institucional también mata. A veces, de un disparo. Otras, de indiferencia.